De la mentira y los espejos
La fina llovizna y el sudor ya no se diferenciaban en
mi cara, otros diez kilómetros corridos con el placer de siempre, bajo el cielo
gris de Londres, el habitual.
Ver el sol aquí es una alegría.
Apenas encontramos la que ha de ser nuestra casa en
los próximos cuatro años, poco a poco, día a día, fui dibujando en un mapa imaginario los tres
circuitos de cien cuadras cada uno, que utilizaría para seguir corriendo detrás
de no sé bien qué. Necesito hacerlo y esta ciudad, que es realmente bella, me
incentiva. El circuito del Támesis, hoy
es mi preferido, las curvas y el rumor del río le dan un carácter amigable a este lugar, desde el comienzo y
hasta la mitad del recorrido mi mirada no se puede apartar del London Bridge,
majestuoso, sólido, pura cepa británica. Luego de unos treinta minutos, respetuosamente
corro sobre el puente buscando el margen derecho del río para regresar, faltan
otras cincuenta cuadras todavía.
Es justamente sobre el puente cuando cada día mi
pensamiento se dirige inevitablemente hacia Sir Francis.
- ¿De qué hablaremos hoy?
- Retomaremos la lectura de las andanzas de la
señorita Cora.
Cortázar es su preferido, tal vez ya comenzó otra lectura, Sir Francis pasaba
de un cuento a otro todo el tiempo. Él es filósofo de Cambridge y ve el mundo
de manera poco común, tiene respuestas nuevas a mis preguntas, espero cada
lunes, ansioso su encuentro. Nos sentamos en el banco de plaza frente al río,
sus dos manos siempre juntas tomando la lustrosa empuñadura dorada de su
bastón, hoy, su mirada lejana sigue el andar de dos cisnes blancos y sus crías,
una persecución amorosa pienso. Esta vez
Sir Francis me sorprende con una pregunta:
-¿Sabes algo de la Señora de tu país?
- La he visto en mi último viaje Sir Francis,- respondí.
Se creía en Francia y me invitó a tomar el té en el
salón de los espejos en el palacio de Versalles, últimamente todo es así, desde
hace dos años casi no puedo hablar con ella, todo me suena incomprensible, como
una gran mentira y siempre con ese espejo en la mano, se me hace intolerable,
no sé si podré volver a verla.
-La mentira…la mentira, repetía Sir Francis mientras
hamacaba su cuerpo lentamente.
Me miró pensativo y dijo:
-La mentira te va dejando lentamente solo, poco a poco te va rodeando de
locura y entonces sólo podrás dialogar con los espejos, sólo ellos dirán lo que
tu locura quiera escuchar, ¿no crees?
Quedamos unos minutos en silencio, pensando en
sus palabras, como siempre lo hacíamos.
Luego, me sentí apresurado en el regreso, las palabras
de Sir Francis me inquietaron. Entré en la casa, besé a mi mujer, subí con ella
las escaleras y nos quedamos abrazados frente a la cuna, mirando dormir al niño.
Una armonía perfecta. Los miedos se dispersaron hasta desaparecer, el tiempo se
detuvo y ya no hubo otra necesidad.
Al rato, miré a mi alrededor sin buscar nada y me di
cuenta que no había espacio para espejos en el cuarto.
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